Ya cumplió una semana el 2022 y ha llegado el momento de hacer un breve ejercicio mental:
De tooooodos los propósitos de año nuevo que hiciste, ¿cuántos realmente sabes que vas a cumplir, y por qué tan pocos?
Hay una cantidad tremenda de memes flotando en el ciberespacio que retratan esta inevitable realidad humana: los propósitos de año nuevo están hechos para romperse. Para entender un poco por qué parecemos estar programados para no cumplirlos, veamos primero cómo son esos propósitos.
Están, para empezar, los que tienen que ver con “dejar de” hacer cosas. Dejar de fumar. Dejar de beber. Ya no enojarse tanto con el jefe/el marido/la novia/los hijos/la humanidad en general. Y muchos, muchos más.
Están también los que tienen que ver con “empezar a” hacer cosas. Empezar a hacer ejercicio. Empezar la dieta. Leer más (o leer, punto).
Otra categoría de propósitos son los, digamos, optimistas: ser feliz. Viajar por el mundo. Encontrar el verdadero amor.
Todos estos son propósitos que, planteados como están planteados, están destinados al fracaso.
Los propósitos de “dejar de” fallan porque obran desde la resistencia a cosas que percibimos como nocivas y negativas en nuestra vida. Es decir, se enfocan en el problema, no en la solución.
Los propósitos de “empezar a” también suelen operar desde un tipo de resistencia: son vagos, nebulosos. Y muchos de ellos no son propósitos en sí, sino pasos a seguir para alcanzar otras metas: hacer ejercicio, ¿para qué? Hacer dieta, ¿para qué? Leer, ¿para qué? Si no tenemos claro el “para qué” de cada uno de ellos, a las dos o tres semanas (o antes, incluso), habremos caído en los patrones de conducta habituales, donde el ejercicio, la comida sana y los libros no tienen cabida…
Los propósitos optimistas suenan maravillosos. Pero suelen ser todavía más vagos que los propósitos de “empezar a”. Y no sólo eso: también suelen volarse la barda, es decir, no son aterrizados. Y la gran mayoría ni siquiera son medibles. Con eso, violan tres de las condiciones requeridas para una meta alcanzable (para saber de qué estoy hablando, échale un ojo a “R.A.M.E.N.” aquí)
¿Y entonces? ¿Qué hacer? ¿Le rezamos al Chapulín Colorado?
No. Mejor, cosechamos claveles.
Antes de que empieces a pensar que hubo sustancias extrañas en los brownies que saqué anoche del horno, déjame explicar:
Las grandes transformaciones en la vida no se dan por grandes acciones: obras monumentales que un buen día, bíblicamente, llamamos a nuestra existencia con un vozarrón que aparta las nubes y hace que la luz ilumine la Tierra Prometida donde fluyen la leche y la miel y la felicidad estará garantizada.
Se dan con pequeños pasos, día a día, dados con la suave cadencia de nuestros hábitos cotidianos. Una hormiga mueve una montaña un granito de arena a la vez.
Otra forma de verlo es ésta: los propósitos de año nuevo suelen estar formulados hacia futuro. “Voy a dejar de fumar” algún día. “Voy a empezar la dieta” el siguiente lunes. “Voy a viajar por el mundo” cuando tenga dinero. Antes no. Es una manera truculenta que usa nuestro subconsciente —esa parte de nosotros que odia la idea de salirse de su zona de confort— para darnos permiso de posponer las cosas.
Entonces, para cumplir un propósito, debes traerlo de tu futuro a tu presente. Convertirlo en pequeños pasos que, día a día, puedes dar con la suave cadencia de nuestros hábitos cotidianos. Mover la montaña, un granito a la vez, un granito al día.
Como las hormigas.
Para eso son los claveles.
Insisto, los brownies no eran “mágicos”. Pero seguramente, a estas alturas te estarás preguntando de qué diantres estoy hablando. Así que…
CLAVELES
Somos criaturas de hábitos, de rutinas. Y muchos nos hemos dejado convencer de que eso es malo. “Esclavos de la rutina”, nos llaman, y nos sentimos del cocol porque no somos como los esculturales güeros y güeras de los comerciales, que manejan sus autos último modelo a la playa para surfear y tomar refrescos mientras sus blanquísimas sonrisas nos iluminan la pantalla y la vida.
Y es cierto que muchas veces, la “gris rutina diaria” nos aplasta y nos convierte en insectos miserables.
Pero también es cierto que gran parte de nuestro poder reside en nuestra capacidad de convertir los milagros en rutina. Pregúntale a cualquier persona que tú consideres exitosa cuál es la clave de su éxito. Te apuesto a que su respuesta empezará con algo similar a “todos los días, me levanto muy temprano.”
Otra forma de decirlo es: puedes convertir una rutina en una "fórmula mágica" para alcanzar el éxito.
Mi fórmula mágica, la que uso todas las mañanas para asegurarme de que ese día será grandioso y que me acercará a mis metas, es la de los CLAVELES:
Calla.
Limpia.
Agua.
Visualiza.
Ejercita.
Lee.
EScribe.
La rutina de los CLAVELES es una serie de actividades a realizar cada mañana. Dependiendo del tiempo que tengas disponible, puede durar de diez minutos a una hora, y adoptarla es muy sencillo:
1. Calla
Parte fundamental de esta rutina matutina es el silencio. Así que, desde que suena tu despertador hasta que terminas de hacer los claveles, no digas nada. Y no sólo eso: resiste el impulso casi automático de abrir mails, checar tu facebook/insta/whatsapp/youtube, chismear con tu peoresnada, poner las noticias en la radio o prender la tele. Vivimos en un mundo lleno de ruido y de distracciones constantes. Regálate un tiempo de silencio y aprovéchalo para estar presente contigo.
2. Limpia
La tentación de darle al “snooze” de tu despertador para conseguir esos “cinco minutitos más” que, según tú, bastarán para terminar de descansar, es muy grande. Para vencerla, haz lo siguiente: pon tu despertador en el baño (o tan cerca del baño como puedas) para obligarte a salir de la cama e ir a apagarlo. Y cuando lo apagues, aprovecha que ya estás en el baño (o cerca de él) para limpiar. Puedes aprovechar para darte el regaderazo completo, pero no es necesario: basta con que te laves los dientes, la cara, incluso las manos. Una vez que te hayas limpiado, volver a la cama ya no será opción.
3. Agua
Tu cuerpo, sin embargo, puede todavía resistirse a la idea de despertar. Para contrarrestar este impulso, bebe un vaso con agua. No jugo. No café. No leche. Agua. Al tiempo. El agua, al llegar a tu estómago, pondrá en alerta a tu cuerpo y acelerará tu metabolismo para sacarlo del letargo del sueño. Es una sensación padrísima, créeme: literal puedes percibir cómo tu cuerpo termina de despertar y se dispone a acompañarte en lo que sigue.
4. Visualiza
Ahora que has despertado a tu cuerpo, toca despertar la mente. Siéntate en un lugar cómodo, respira cinco veces profundamente, inhalando por la nariz y exhalando por la boca, cierra los ojos y visualiza cómo va a ser tu día: qué pendientes tienes, cómo los vas a cumplir, qué vas a hacer para que este día sea el mejor día de tu vida, cómo vas a contribuir hoy para alcanzar tus metas a corto, mediano y largo plazo, de qué manera vas a construir hoy esa felicidad cotidiana que es la verdadera felicidad. Visualízalo en tu mente con tanto detalle como puedas. Tómate tu tiempo y no abras los ojos hasta que no tengas claro cómo vas a vivir este día.
5. Ejercita
Si tu cuerpo es como el mío, el tiempo que usaste para visualizar tu día puede haberle dado a entender que lo del agua fue una falsa alarma, que siempre sí vamos a darnos “cinco minutos más”. Así que sácalo de su engaño haciendo ejercicio. El que prefieras. No tiene que ser dos horas de gimnasio, aunque si tienes el tiempo para ello, ¡adelante! Puedes salir a caminar dos vueltas a la cuadra. Puedes hacer veinte abdominales o diez sentadillas. Lo que sea. ¿Para qué? El ejercicio hace que tu cerebro libere endorfinas, esas moléculas mágicas de placer que hacen que tu cuerpo se sienta bien sin necesidad de brownies (mágicos o de otro tipo) y lleno de energía.
6. Lee
Después del ejercicio físico, viene el mental. Regálate un tiempo para leer algo. Idealmente, una media hora. Idealmente, algo que no sea tu muro de Facebook o las noticias del día o el último número del TvyNovelas, sino algo que tenga que ver contigo, con tus metas. Si entre tus propósitos está leer x libros, qué crees, ¡éste es el momento! Y si no está entre tus propósitos, ¡agrégalo!
7. EScribe
El paso final de los CLAVELES es quizás el que más asusta. A menos que escribir forme parte del trabajo o de los estudios, la mayoría de los seres humanos le tenemos pavor a la página en blanco. Pues con más razón: escribe. Vencer este miedo es una gran preparación para vencer cualquier otra fobia que te pueda frenar durante el día. ¿Escribir qué? Puedes llevar un diario y escribir cómo te va a ir hoy; puedes hacer una crónica de lo que soñaste durante la noche; puedes escribir tus reflexiones sobre lo que acabas de leer; puedes escribirle una carta a alguna persona que quieras y extrañes (y luego transcribirla para mandarla por face/whats/etc); las opciones son ilimitadas.
Y ya. Eso es todo. Sencillísimo.
Ojo: dije que CLAVELES era sencillo. No necesariamente quiere decir que sea fácil. De hecho, para mí no fue nada fácil y tuve más de un tropezón antes de que se convirtiera realmente en una rutina diaria. Pero el chiste es tomarlo, como los alcohólicos que dejan de beber, un día a la vez.
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