Estoy visitando a mi hermana y su familia en Estados Unidos y me estoy quedando en su casa. Un hermoso día de verano. Soleado y con la temperatura justa para tentarte a que te asomes al aire libre, pero sin ser tan calurosa que te haga entrar luego de tres minutos. De la clase de días que toooodo el mundo sube a su instagram, ¿sabes?
Pero: el pronóstico del tiempo dice que en la tarde va a llover.
Hay tiempo, me digo. Además, los pronósticos del tiempo nunca se han caracterizado por su precisión. Así que salgo a dar una agradable y amena caminata. En mis audífonos, voy escuchando una serie documental interesantísima sobre los vikingos (por cierto, ¿sabías que los rusos son, esencialmente, descendientes de los ucranianos, que a su vez descienden de los suecos?) y la caminata es vigorizante y amena.
A más o menos media hora de distancia (unos tres kilómetros) y en medio de una hermosa zona arbolada, noto un cambio en la luz: el cielo brilla menos. El sol se ha escondido detrás de unas nubes. Veo mi reloj: según el pronóstico, tengo todavía tres, cuatro horas de tiempo. Sigo caminando y escuchando la historia del asesinato de Svyatoslav I (Sven “el eslavo”), rey de Kiev, en manos de una horda de merodeadores patzinakos (antecesores de los búlgaros), que usaron su cráneo como copa de vino.
Una media hora después, empieza a chispear. Miro hacia arriba. Nada grave, me digo, un chubasco que pasará pronto. Sin embargo, ya estoy a unos seis kilómetros de la casa, así que decido emprender el camino de regreso. Unas gotitas por aquí, unas gotitas por allá, no pasa nada. Además, estoy justo en la parte donde Vladimir I (Valdamarr), hijo de Svyatoslav, se convierte al cristianismo ortodoxo en el año 988 para asegurar una alianza con el imperio bizantino. Ese momento es histórico, pues marca la separación definitiva de Kiev del resto de los dominios escandinavos, que siguen adorando a Thor y a Odín. O sea, básicamente, es el nacimiento de Ucrania, Rusia y Bielorrusia. Fascinante historia.
Diez minutos más tarde, se cae el cielo.
SE. CAE. EL. CIELO.
Sin avisar, sin decir “agua va” (literalmente) las nubes arriba de mí deciden que es un buen momento para deshacerse de su carga. Estoy a cinco kilómetros de la casa, en una zona prácticamente boscosa.
De repente, Vladimir y Svyatoslav ya no son tan importantes. Me importa más el hecho de que no puedo ver nada porque mis lentes, de tan mojados, se han vuelto cortinas de agua. Me importa mi ropa empapada. En cosa de nada, estoy calado hasta los huesos. Y no hay nadie a quien pedirle ayuda. ¿Uber? Sí, cómo no. En medio del bosque.
Ni modo, me digo. Hay que apechugar. Así que sigo caminando. No te quiero contar cómo me mojé. Me sentía hueso de gallina en caldo.
Obviamente, la lluvia dura hasta que estoy a un kilómetro de la casa. Y cuando abro la puerta para entrar, el sol vuelve a asomarse por detrás de las nubes. Pero yo, parece que me caí en una alberca. Con todo y los fundadores del Rus de Kiev.
“¿Te mojaste?” me preguntan.
No sé ni cómo responder…
REALMENTE ES VALIOSA LA HISTORIA DEL SURGIMIENTO DE LA RUS DE KIIV. LO OTRO ES SOLAMENE UN CHAPUZÓN. CON CALOR, SE AGRADECE. CON PRUDENCIA, SE RECOMIENDA UN BAÑO DE AGUA CALIENTE PARA SUDAR, TRES ASPIRINAS CON TE CALIENTE Y UN BUEN MADRAZO DE TEQUILA.
SI HAY MEZCAL, MEJOR.