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Carta Abierta a Elon Musk

Foto del escritor: piroquinesispiroquinesis

Querido Elon:


Hace unos días publicaste un tuit que me ha dejado pensando. En él, dices que “si somos capaces de lograr que la vida en Marte sea autosustentable, habremos pasado uno de los grandes filtros. Esto le abrirá [a la humanidad] la posibilidad de ser interestelares.”



¿Has oído hablar de Atahensic? Según el relato de la creación del mundo de la Nación Iroquesa, antes de que existiera la Tierra, había en el cielo una isla habitada por “Gente del Cielo”. Un día, una Mujer del Cielo, embarazada, cayó por un agujero causado por un árbol caído. Esta mujer, Atahensic, iba a morir ahogada al caer al mar, pero fue rescatada por dos cisnes que la llevaron a posarse sobre el caparazón de una Gran Tortuga que se ofreció para salvarla. Otros animales acuáticos, particularmente la nutria y el castor, bajaron al fondo del océano para recoger tierra y lodo y depositarlo sobre el caparazón de la Gran Tortuga, formando poco a poco lo que hoy conocemos como tierra firme, y que se convirtió en el nuevo hogar de Atahensic y su descendencia, que vendríamos a ser nosotros.


Te cuento todo esto para ilustrar un punto que quiero pedirte que consideres antes de conquistar Marte, o lo que sea que quieras conquistar allá afuera. O al menos, para que lo consideres mientras lo haces.



Porque en el mismo tuit que cité arriba, sigues: “La Tierra tiene más o menos 4.5 mil millones de años y es extremadamente incierto cuánto tiempo nos queda [en ella]”.


Verás, la lección de la historia de Atahensic no es que venimos de las estrellas, o que caímos del cielo. Por más que nos empeñemos en ver hacia arriba siempre que queremos buscar algo “más”, “mejor”, “digno de nosotros”, o lo que fuere (y vaya que tenemos una fijación con que lo bueno está arriba y lo malo está abajo: la cosmogonía judeocristiana, y de muchas otras religiones, es clara en cuanto a dónde están el Cielo y el Infierno); por más que nos convenzamos de que nuestro futuro está más allá de la atmósfera… nuestro presente está, como siempre ha estado, bajo nuestros pies.


Elon, esa Tierra a la que pareces haberle perdido la fe, es la que nos ha dado absolutamente todo. Todo lo que somos, todo lo que hemos creado en los miles de años en los que la hemos infectado con nuestra presencia, ha provenido de sus generosas manos. Así como el castor y la nutria bajaron a lo más profundo para crear el suelo que pisamos, así nosotros bajamos hasta el fondo del infierno para arrancarle las materias primas de las que están hechas todas las cosas que la humanidad ha hecho desde que existe como tal.


Todo lo que comemos, todo, viene del suelo que pisamos. Y aún así, ninguneamos ese suelo: lo despreciamos, le llamamos “lodo”, “mugre”, “polvo”… Cuando nos cubre, nos sentimos sucios. Cuando entra a nuestras casas, lo sacamos a escobazos. Apenas después de muertos lo consideramos digno de recibirnos, y eso porque no tenemos otra opción (aunque algunos de tus amigos ya están vendiendo la idea de encapsular nuestras cenizas y lanzarlas al espacio: todo con tal de no mancharlas de tierra, fuchi)


Cuando soñamos, Elon, ¡y qué bueno que soñemos!, miramos hacia arriba. Pero para echar raíces, hay que ir hacia abajo.



Para hacer realidad los sueños, todos nuestros sueños, incluido el tuyo de mudarte a Marte, tenemos, primero, que recobrar ese respeto que le hemos perdido a la Tierra. No nos queda mucho tiempo, como tú mismo dices: hemos hecho un gran trabajo destrozándolo todo a nuestro paso. Antes de lograr el milagro de que la vida en Marte sea autosustentable, Elon, nuestra misión es recuperar el equilibrio que hace que la vida en la Tierra, aquí bajo nuestros pies, lo sea.


Para que ese futuro interestelar que tanto pregonas tenga una mínima posibilidad de existir, necesitamos habitar nuestro presente aquí en la Tierra. Realmente habitarlo, es decir, con plena conciencia de que es lo único que tenemos. Lo único que somos: terrícolas. Gente de tierra. Gente de la Tierra.


Si no, cuando lleguemos a Marte, o al planeta que sea allá afuera, no vamos a hacer otra cosa sino repetir la historia: nos lo acabaremos y saldremos a buscar otro. Y otro. Y abandonaremos definitivamente la enorme y difícil responsabilidad que tenemos como custodios de la Creación, para convertirnos en una especie de langostas.


Interestelares, eso sí.



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