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Amar al Virus

Foto del escritor: piroquinesispiroquinesis

Desde que nuestros antepasados vivían en los árboles (incluso desde antes, según algunos científicos), nuestro comportamientos básicos, los más fundamentales, los que permitieron nuestra supervivencia como individuos y como especie, se rigieron por dos emociones básicas y fundamentales: el miedo y el amor.

El miedo nos impulsa a alejarnos. ¿Tigre dientes de sable? ¡Qué miedo, hay que correr! ¿Incendio en el bosque? ¡Qué miedo, quitémonos de su camino! ¿Tormenta con rayos y truenos? ¡Qué miedo, escondámonos en esa cueva!

El amor nos impulsa a acercarnos. ¿Homínida/homínido fuerte y con aplomo? ¡Qué amor, vamos a hacer muchos hominiditos! ¿Homínidos con un cargamento de nueces y bayas? ¡Qué amor, vamos a hacernos amigos para compartir el botín! ¿Lago con agua fresca y transparente? ¡Qué amor, vamos a descansar un rato para saciar nuestra sed!

Ésa era la vida de nuestros antepasados, hace cientos de miles de años. Temer o amar. Huir o acercarse. No había elecciones difíciles. El mundo era muy sencillo. Muy peligroso, sí, pero muy sencillo.

Observa el comportamiento de cualquier animal. Se rige por los mismos principios: hay cosas que le causan miedo y entonces se aleja (o ataca, que es otra forma de poner distancia); hay cosas que le causan amor y entonces se acerca.

Nuestros antepasados en los árboles vivían exactamente igual. Y así hubieran seguido viviendo de no ser porque un buen día, una tribu de locos en algún rincón olvidado (muy probablemente en la región del Gran Valle del Rift en África oriental) cambió las reglas del juego.

Quizás fue cuando un árbol cercano se incendió y ellos, en lugar de huir despavoridos, prefirieron acercarse al fuego, fascinados por sus lenguas de luz danzante, y eventualmente aprendieron a usarlo.

O cuando casualmente descubrieron que un tallo de bambú afilado podría transformar al dientes de sable de predador en cena.

O cuando, en lugar de esconderse y temblar ante el ruido del trueno, inventaron un dios para explicarlo y empezaron a adorarlo para calmar sus berrinches.

En pocas palabras: la civilización humana nació cuando nuestros antepasados eligieron acercarse en lugar de alejarse. Cuando aprendieron que amar les traía más beneficio que temer.

¿Para qué te cuento todo esto?

Porque creo que es tremendamente importante aprender a amar al virus. Sí, al Coronavirus. Ahora que llevamos más de un mes (más o menos, dependiendo de dónde estás mientras lees esto) y la menguante paciencia juega juegos con nuestra salud mental, es momento de plantearnos las preguntas incómodas de las que hablamos la semana pasada y de responderlas de la manera más poderosa posible. ¿Cuál es la manera más poderosa? La que nos permite acercarnos al virus, entender la relación que existe entre él y nosotros y, por último, aprender de él. La que nos permite amar al virus. OJO: no estoy proponiendo que salgas y busques contagiarte, ésa es una interpretación faciloide que te permitiría alejarte de la posibilidad de buscar respuestas realmente útiles a la pregunta clave de la semana pasada: ¿y ahora qué?

Siempre me ha parecido un poco extraña la actitud beligerante que adoptamos ante la enfermedad. Cuando alguien supera un cáncer, decimos que “ha ganado la batalla”. Y mientras es cierto que las células de nuestro cuerpo luchan contra toda enfermedad, nuestra actitud ante ella no puede reducirse a una respuesta emanada del miedo. Porque nuestro miedo le da poder al cáncer. O a cualquier otra enfermedad. Incluyendo al COVID19.

Toda enfermedad es un evento en la vida, y como todos los eventos, es perfectamente neutra: simplemente es. Somos nosotros quienes interpretamos cada evento y le asignamos un valor de acuerdo a nuestras conveniencias y prioridades. Si declaramos enemiga a una enfermedad y nos instalamos en que debemos “ganarle la batalla”, estamos actuando desde el miedo y limitamos nuestra capacidad de reacción nada más a buscar la máxima distancia posible. Nos declaramos sus víctimas.

Y como víctimas, nos perdemos de la oportunidad que nos brinda para crear. No importan las distancias: el amor acerca, aunque nos separen continentes. El miedo aleja, aunque estemos en la misma habitación.

El amor acerca. El miedo aleja. No importan las distancias. -- Photo by Manuel Peris Tirado on Unsplash

No estoy diciendo que no sea doloroso acercarnos a lo desconocido: por supuesto que puede serlo, y en muchas ocasiones tiene que serlo para que aprendamos la lección que tenemos que aprender.

En esta vida, el dolor es inevitable. Lo siento, pero es lo que es. Al dolor no le sacamos la vuelta. Si acaso, como dije arriba, logramos postergarlo un poco. Pero de que nos alcanza, nos alcanza. El dolor es inevitable.

Pero lo que hagamos con el dolor es una elección nuestra.

Podemos tenerle miedo, buscar huir de él y alejarnos. No funciona: siempre nos alcanzará. Y entonces nuestra vida se rige por el miedo al dolor y eso tiene otro nombre. Se llama SUFRIMIENTO.

O podemos abrazarlo, acercarnos a él, amarnos a través del dolor. A través de la tristeza. A través del aislamiento y las cuarentenas y las noticias diarias sobre nuevos contagios y las catástrofes económicas que se nos vienen encima y los signos de exclamación en las redes sociales y los llamados al odio de tal o cual rincón de la ideología y la impotencia que algunos quieren que sintamos porque así nos manejan a su antojo y la incertidumbre de qué pasará con nosotros y nuestros trabajos y los gritos de nuestros hijos que quieren salir al parque a jugar y la incómoda necesidad de ponernos cubrebocas y… y… y…

Todo eso que hemos tenido que aprender a marchas forzadas en estas semanas. Ama todas las lecciones que has aprendido durante esta contingencia, porque son invaluables. Y ama al maestro que te las enseñó. Ama al virus.

¿Por qué crees que en la Biblia, en el Corán, y en todos los textos sagrados de las grandes religiones del mundo, se nos llama a “amar a nuestros enemigos”?

Porque a través de nuestra elección de amarlos los convertimos en nuestros más grandes maestros.

¿Qué piensas? ¡Déjanos tus comentarios, platiquemos!

Hasta la próxima.

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